El Hospital del Pueblo Número 8, construido en las afueras de la ciudad de Qingdao, no tiene nada que envidiar a los centros médicos occidentales. De no ser por las ventanillas de cobro, que producen la sensación de estar en una sucursal bancaria —en el país la sanidad es pública pero de pago—, nada haría pensar que estamos en China.
Hace un mes, Manuela no se habría inmutado ante el estímulo lumínico. La pequeña nació con una hipoplasia del nervio óptico, una enfermedad congénita muy rara, que le provocó ceguera. «Básicamente, los ojos tienen capacidad para ver, pero la imagen no llega a su cerebro», explica el mal Luciana, su madre. Por lo pronto, los ojos de Manuela ya reaccionan cuando se someten a la luz directa. Si todo evoluciona según lo previsto, pronto podría distinguir grandes volúmenes. Y quién sabe si algún día contemplar las lágrimas que hoy resbalan por las mejillas de su madre, emocionada con sus progresos.
La responsable de que los iris de Manuela hayan comenzado a cobrar vida es una revolucionaria técnica que sólo se practica en este hospital chino. Un tratamiento experimental a base de células madre que ha hecho que cientos de padres de todo el mundo cierren los ojos ante el dictamen de la comunidad científica internacional —los expertos han mostrado su escepticismo sobre el éxito de la terapia— y hagan miles de kilómetros en busca de un milagro para sus hijos. Por la planta noble del Hospital del Pueblo Número 8 han pasado la británica, Dakota Clarke, de 3 años, o Macie Morse, estadounidense que acaba de cumplir los 16.
Aunque en China y otros países algunos médicos utilizan células embrionarias —las de mayor potencial, puesto que pueden dar lugar a cualquier organismo, pero también polémicas puesto que proceden de embriones humanos—, en Beike aseguran que sólo utilizan las células que se obtienen de la sangre de los cordones umbilicales o las que se extraen directamente de la médula ósea del paciente. Ni siquiera el estadounidense Claude Gerstle, en silla de ruedas tras sufrir un accidente de bicicleta, miembro de la ISSCR, investigador defensor de los tratamientos con células madre y paciente al mismo tiempo, cree en la pócima china. “No hay ninguna respuesta inflamatoria que atraiga a las células madre a reparar las partes anormales del nervio”, dice sembrando dudas sobre el principal interrogante que plantea la terapia. ¿Cómo es posible que una vez inyectadas las células madre éstas lleguen exactamente al lugar deseado? ¿Cómo lo consiguen?.
El artículo de The Times supuso el inicio de una campaña mediática en contra de los viajes al Hospital Popular Número 8. Los Clarke, que habían iniciado una campaña para recaudar dinero para este segundo tratamiento, han visto como las donaciones y el apoyo popular disminuyen.
Dakota Clarke, quien reside con sus padres en Newtownabbey, un pueblo a las afueras de Belfast, en Irlanda del Norte, fue la primera niña británica tratada con las células madre de China. Cuando viajó allí, en febrero pasado, sólo apreciaba formas borrosas y siempre que se encontrara en un espacio iluminado. A su regreso, la niña comenzó a distinguir imágenes. Sus padres, que asistieron perplejos a las primeras descripciones de Dakota, la llevaron al médico para que éste corroborara lo evidente: la niña ve hasta una distancia de dos metros y medio.
El éxito de Dakota fue lo que animó al brasileño Jackson Dourado, el padre que enfoca complacido a su hija con la linterna, a emprender el mismo camino. Supieron de su historia por Internet y se pusieron en contacto con los padres de Dakota. Animados por lo que éstos contaban, comenzaron a buscar financiación para la terapia. El empujón definitivo llegó de la mano de Giulia, de 3 años, otra niña brasileña ciega. Su padre, futbolista profesional, se implicó en el tratamiento y su fama hizo que los medios y la gente se volcaran en el caso. Giulia también se encuentra en estos momentos recibiendo terapia en Qingdao. Va por su cuarta dosis. «Mamá, siento el sabor del sol», le dijo a su madre hace una semana durante un paseo fuera del hospital. «Su padre, desde Brasil, lloraba cuando se lo contábamos por Skype», cuenta la madre, Elizabeth. «Sólo tengo palabras para agradecérselo a Dios». fondos para volver a China, convencida de que progresaría aún más si se somete otra vez a la terapia.
Sólo el coste del tratamiento —aplicado a dos enfermedades muy concretas, la hipoplasia del nervio óptico y la displasia septo óptica, ambas congénitas, las principales causas de ceguera infantil— asciende a unos 18.000 euros y requiere al menos cuatro semanas de ingreso. Durante ese tiempo, el paciente recibe entre cinco y ocho inyecciones, cargadas cada una con entre 10 y 15 millones de células madre procedentes de la sangre de cordones umbilicales. Teóricamente, las células madre son capaces de detectar las zonas dañadas, viajar hasta ellas y recomponerlas. Los resultados pueden ser inmediatos o no llegar nunca. En el caso de Manuela, la niña brasileña, la mejoría se produjo tras la cuarta dosis.
«Sabemos que funciona, y para muchos de nuestros pacientes eso es lo único importante», dice el director de Beike Biotech, SeanHu, quien no sabe explicar exactamente cuál es el mecanismo que hace efectivo el tratamiento. «Tampoco sabemos con exactitud por qué la aspirina elimina el dolor de cabeza en algunos pacientes y no en otros». Sean Hu se graduó en Biotecnología en Suecia para regresar a su país en 2001 y levantar una empresa, Beike, con la que quiere liderar el mercado mundial de las células madre. Ya efectúa «pruebas clínicas» en 27 centros de China por los que han pasado, desde 2005, más de 6.000 pacientes con distintas afecciones, entre ellos unos 90 niños ciegos. Sus métodos, sin embargo, no gozan del refrendo de los expertos en la materia. La Asociación Internacional para la Investigación con Células Madre (ISSCR, sus siglas en inglés) advierte de que, a día de hoy, la mayoría de procedimientos con células madre se encuentran en fase experimental.
DANIEL POSTICO (EL MUNDO 20/9/2009)
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